Los hombres verdaderamente ungidos por Dios son como los “Boinas Verdes” en las fuerzas especiales.
Son comandos entrenados rigurosamente.
Soldados capaces de realizar las operaciones más exigentes y peligrosas, donde el sigilo y el equipamiento son pieza fundamental de estas unidades capaces de neutralizar con una precisión quirúrgica cualquier blanco que le sea asignado.
Un comando debe ser conocedor de las nociones básicas de... Ver más explosivos y demolición.
Un experto tirador de armas cortas y largas.
Debe saber nadar y ser capaz de realizar infiltraciones subacuáticas, aerotransportadas, terrestres y fluviales.
Debe tener conocimientos de primeros auxilios en combate, de comunicaciones, de defensa personal.
Debe ser un experto navegador en el terreno utilizando para tal fin un GPS, una brújula y una carta, o simplemente mediante orientación estelar.
Debe estar entrenado para sobrevivir en caso de cualquier eventualidad.
Capacitados para todo tipo de operaciones.
A esta especie de hombres, en peligro de extinción Dios los lleva al lugar de entrenamiento más difícil de todos… el desierto.
Quien sobrevive al desierto y a sus peligros ardientes está apto para cumplir las misiones especiales de Dios, quien no lo logra será desechado por él.
¿Que es el desierto?
El desierto es ante todo un sitio de soledad y abandono humano.
Es la etapa donde sentimos que nuestros amigos se volvieron enemigos, que nuestros hermanos nos desprecian, y que quienes nos amaban nos maldicen y persiguen.
Es ahí entonces cuando nos sentimos tan solos que nos sobrevienen los temores del mañana, porque nos hallamos fuera, sin techo, sin abrigo, sin un refugio, sin un muro que nos proteja.
Si miramos atrás vemos el odio y la muerte.
Si vemos hacia adelante nos consume la angustia, porque en el desierto no hay caminos marcados y no sabemos que dirección tomar.
Un ungido en el desierto es un hombre errante y sin dirección humana, sin asistencia humana, sin consuelo humano.
Para sobrevivir un desierto, el instrumento ungido debe conocer a Dios, porque solo Dios y nadie más le hará vivir.
En su tiempo, Dios llevó a Moisés al desierto de Madián y allí lo entrenó durante cuarenta años para una misión especial que duraría otros cuarenta años.
En el desierto Dios destruyó al Moisés egipcio, e hizo al Moisés pastor.
Para cumplir el propósito de Dios Moisés tuvo que abandonar su dignidad egipcia, rehusando ser quien era, para escoger los vituperios de Cristo.
Y en el desierto Dios lo halló y lo llamó con un llamamiento santo y de fuego, iluminó de visión celestial su corazón y le entregó la gran misión de dirigir a su pueblo Israel.
Moisés fue de Egipto al desierto, del desierto a Dios, de Dios a Israel.
¿Es acaso el desierto un sitio obligatorio de preparación para un verdadero llamado de Dios en la vida de un hombre o mujer, elegido(a) para una misión especial en esta tierra?
Yo creo que si, de otra manera Dios hubiese escrito la historia de su pueblo en otro sitio.
David tuvo que vivir en el desierto por causa del odio de Saúl pero ante todo por causa de Dios y de su elección celestial.
David cayó en estados de desesperación y de angustia muy profunda, que probaron su capacidad y formaron al David rey porque para esto él no estaba preparado.
Dios había honrado a David delante de toda una nación pero aquella honra se había tornado en infamia.
Los Salmos más hermosos fueron escritos en aquellos días de terrible desierto.
Su alma clamaba por misericordia, en medio de la turbación y la angustia, sus fuerzas humanas habían sido consumidas de tanto gemir y su lecho estaba inundado de lágrimas. (Salmo 6)
Se sentía desamparado y creía que Dios se había alejado de su vida y lo había abandonado.
Se sentía un gusano y un miserable y sus noches estaban llenas de pesadillas con leones que lo devoraban, con toros que lo cercaban, con perros que lo sitiaban y con hombres malvados que lo torturaban. (Salmo 22)
“... El miedo me asalta por todas partes... ”. Salmo 31:13.
Y en Salmo 35:11-18, hallamos esta descripción conmovedora.
“Se levantan testigos malvados; De lo que no sé me preguntan; Me devuelven mal por bien, Para afligir a mi alma. Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio; Afligí con ayuno mi alma, Y mi oración se volvía a mi seno. Como por mi compañero, como por mi hermano andaba; Como el que trae luto por madre, enlutado me humillaba. Pero ellos se alegraron en mi adversidad, y se juntaron; Se juntaron contra mí gentes despreciables, y yo no lo entendía; Me despedazaban sin descanso; Como lisonjeros, escarnecedores y truhanes, Crujieron contra mí sus dientes. Señor, ¿hasta cuándo verás esto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones Te confesaré en grande congregación; Te alabaré entre numeroso pueblo”.
El profeta Elías fue encontrado en el desierto por el mismo Señor Jesucristo, en la hora más crítica de su vida y de su ministerio.
Perseguido por Jezabel y su imperio, huyó al desierto y cayó bajo un estado de frustración y desánimo muy grande.
Le pidió a Dios que le quitara la vida, y embargado de una sensación de fracaso se hundió en la depresión más triste que puede ocurrirle a un ungido.
Se comparaba con otros y se sentía un absoluto fracaso, hasta que Jesús vino para levantarlo y alimentar su alma hambrienta y moribunda.
Allí en aquel desierto Dios entró de nuevo en tratos con su siervo, le renovó su llamado, le amplió la visión y le dio nuevas encomiendas que incluían a Eliseo, su relevo en el ministerio.
Elías fue al desierto a morirse, pero Dios le renovó completamente y cuando vino a él, no vino para pedirle su credencial o para agarrarlo a golpes o para expulsarlo del ministerio, vino para ayudarlo y para abrir sus ojos.
En aquel desierto nació, otro profeta, con el mismo nombre pero con una nueva visión.
El desierto es un sitio donde Dios nos revela su amor.
Oseas 2:14-23, nos muestra que en el desierto Dios nos revela su infinito amor y nos atrae hacia él, mientras nos habla al corazón.
El desierto nos pone cara a cara con el invisible y todo lo demás desaparece de nuestras vidas, y cuando nada más, ni nadie más existe, solo él es real.
Somos llevados al desierto para que todo amor extraño muera en nosotros, para que nuestra dependencia de los hombres desaparezca, para que nuestra confianza en el hombre se acabe, porque el hombre que confía en el hombre (es decir que deja de confiar y de descansar en Dios para reemplazarlo por el hombre) es maldito, y para que nosotros no seamos ya contados como propiedad de alguien o de otro, sino de Dios, porque somos de Dios y Dios es nuestro.
Como Enoc desaparecemos ante los ojos del mundo y somos consumidos, y sepultados por el desierto, entonces es cuando Dios nos habla al corazón y nos seduce.
Entonces nos rendimos a Dios sin reservas, lo amamos a él sin reservas y nos tornamos a sus propósitos eternos, porque descubrimos que Uzias no es eterno, y que la gloria de los hombres no es más que vanidad, pero que Dios es glorioso, tres veces glorioso.
Nos damos cuenta que definitivamente no hay en el hombre salvación y que toda carne es como la hierba del campo, que hoy es y mañana se seca.
Juan el Bautista fue un predicador en el desierto.
Fue un hombre extraño a todos sus contemporáneos.
Una contradicción humana, un hombre de pocos amigos y alejado del común de la gente, pero muy cercano a Dios.
Fue escogido para vivir una vida en soledad y marcado para un solo propósito, perfeccionado en un desierto.
Con un mensaje de arrepentimiento no común en ninguna época, fue odiado por los demonios y por los mismos infiernos.
Se dedicó a señalar a Cristo, el centro de su ministerio.
Y luego entregó su cabeza antes que cambiar el mensaje de su predicación, porque cuán fácil es para muchos cambiar su mensaje o su llamado divino por un plato de lentejas y hacer de su vientre un dios, porque no saben que significa un verdadero llamamiento, o porque Dios nunca los llamó.
Que fácil es para muchos vender su mensaje y sus principios por treinta miserables monedas de plata, o perder lo divino por los lingotes de oro de las posiciones humanas.
Que fácil es predicar un mensaje y vivir otra cosa, pero que difícil es vivir lo que se predica y sostenerse fiel a Dios por encima de los hombres, pase lo que pase.
Juan fue formado en el desierto, vivió en el desierto, fue la voz que clamó en el desierto y así cumplió fielmente el sublime llamado de Dios.
Antes que empezara su ministerio Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto.
Su propio Padre celestial lo probó allí y en su humanidad fue hallado fiel, no podía el Hijo de Dios empezar su ministerio sin ser entrenado en el campo de batalla, por que eso es también el desierto. (Mateo 4:1)
Un campo de batalla, donde enfrentamos las más horribles tentaciones y donde vivimos las horas más oscuras de nuestra existencia.
¿Y qué de ti, de tus propios desiertos, de tus horas de angustia?
Recuerda que el desierto es antes de algo verdaderamente grande y glorioso y el lugar señalado para los verdaderos ungidos de Dios.
Son comandos entrenados rigurosamente.
Soldados capaces de realizar las operaciones más exigentes y peligrosas, donde el sigilo y el equipamiento son pieza fundamental de estas unidades capaces de neutralizar con una precisión quirúrgica cualquier blanco que le sea asignado.
Un comando debe ser conocedor de las nociones básicas de... Ver más explosivos y demolición.
Un experto tirador de armas cortas y largas.
Debe saber nadar y ser capaz de realizar infiltraciones subacuáticas, aerotransportadas, terrestres y fluviales.
Debe tener conocimientos de primeros auxilios en combate, de comunicaciones, de defensa personal.
Debe ser un experto navegador en el terreno utilizando para tal fin un GPS, una brújula y una carta, o simplemente mediante orientación estelar.
Debe estar entrenado para sobrevivir en caso de cualquier eventualidad.
Capacitados para todo tipo de operaciones.
A esta especie de hombres, en peligro de extinción Dios los lleva al lugar de entrenamiento más difícil de todos… el desierto.
Quien sobrevive al desierto y a sus peligros ardientes está apto para cumplir las misiones especiales de Dios, quien no lo logra será desechado por él.
¿Que es el desierto?
El desierto es ante todo un sitio de soledad y abandono humano.
Es la etapa donde sentimos que nuestros amigos se volvieron enemigos, que nuestros hermanos nos desprecian, y que quienes nos amaban nos maldicen y persiguen.
Es ahí entonces cuando nos sentimos tan solos que nos sobrevienen los temores del mañana, porque nos hallamos fuera, sin techo, sin abrigo, sin un refugio, sin un muro que nos proteja.
Si miramos atrás vemos el odio y la muerte.
Si vemos hacia adelante nos consume la angustia, porque en el desierto no hay caminos marcados y no sabemos que dirección tomar.
Un ungido en el desierto es un hombre errante y sin dirección humana, sin asistencia humana, sin consuelo humano.
Para sobrevivir un desierto, el instrumento ungido debe conocer a Dios, porque solo Dios y nadie más le hará vivir.
En su tiempo, Dios llevó a Moisés al desierto de Madián y allí lo entrenó durante cuarenta años para una misión especial que duraría otros cuarenta años.
En el desierto Dios destruyó al Moisés egipcio, e hizo al Moisés pastor.
Para cumplir el propósito de Dios Moisés tuvo que abandonar su dignidad egipcia, rehusando ser quien era, para escoger los vituperios de Cristo.
Y en el desierto Dios lo halló y lo llamó con un llamamiento santo y de fuego, iluminó de visión celestial su corazón y le entregó la gran misión de dirigir a su pueblo Israel.
Moisés fue de Egipto al desierto, del desierto a Dios, de Dios a Israel.
¿Es acaso el desierto un sitio obligatorio de preparación para un verdadero llamado de Dios en la vida de un hombre o mujer, elegido(a) para una misión especial en esta tierra?
Yo creo que si, de otra manera Dios hubiese escrito la historia de su pueblo en otro sitio.
David tuvo que vivir en el desierto por causa del odio de Saúl pero ante todo por causa de Dios y de su elección celestial.
David cayó en estados de desesperación y de angustia muy profunda, que probaron su capacidad y formaron al David rey porque para esto él no estaba preparado.
Dios había honrado a David delante de toda una nación pero aquella honra se había tornado en infamia.
Los Salmos más hermosos fueron escritos en aquellos días de terrible desierto.
Su alma clamaba por misericordia, en medio de la turbación y la angustia, sus fuerzas humanas habían sido consumidas de tanto gemir y su lecho estaba inundado de lágrimas. (Salmo 6)
Se sentía desamparado y creía que Dios se había alejado de su vida y lo había abandonado.
Se sentía un gusano y un miserable y sus noches estaban llenas de pesadillas con leones que lo devoraban, con toros que lo cercaban, con perros que lo sitiaban y con hombres malvados que lo torturaban. (Salmo 22)
“... El miedo me asalta por todas partes... ”. Salmo 31:13.
Y en Salmo 35:11-18, hallamos esta descripción conmovedora.
“Se levantan testigos malvados; De lo que no sé me preguntan; Me devuelven mal por bien, Para afligir a mi alma. Pero yo, cuando ellos enfermaron, me vestí de cilicio; Afligí con ayuno mi alma, Y mi oración se volvía a mi seno. Como por mi compañero, como por mi hermano andaba; Como el que trae luto por madre, enlutado me humillaba. Pero ellos se alegraron en mi adversidad, y se juntaron; Se juntaron contra mí gentes despreciables, y yo no lo entendía; Me despedazaban sin descanso; Como lisonjeros, escarnecedores y truhanes, Crujieron contra mí sus dientes. Señor, ¿hasta cuándo verás esto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones Te confesaré en grande congregación; Te alabaré entre numeroso pueblo”.
El profeta Elías fue encontrado en el desierto por el mismo Señor Jesucristo, en la hora más crítica de su vida y de su ministerio.
Perseguido por Jezabel y su imperio, huyó al desierto y cayó bajo un estado de frustración y desánimo muy grande.
Le pidió a Dios que le quitara la vida, y embargado de una sensación de fracaso se hundió en la depresión más triste que puede ocurrirle a un ungido.
Se comparaba con otros y se sentía un absoluto fracaso, hasta que Jesús vino para levantarlo y alimentar su alma hambrienta y moribunda.
Allí en aquel desierto Dios entró de nuevo en tratos con su siervo, le renovó su llamado, le amplió la visión y le dio nuevas encomiendas que incluían a Eliseo, su relevo en el ministerio.
Elías fue al desierto a morirse, pero Dios le renovó completamente y cuando vino a él, no vino para pedirle su credencial o para agarrarlo a golpes o para expulsarlo del ministerio, vino para ayudarlo y para abrir sus ojos.
En aquel desierto nació, otro profeta, con el mismo nombre pero con una nueva visión.
El desierto es un sitio donde Dios nos revela su amor.
Oseas 2:14-23, nos muestra que en el desierto Dios nos revela su infinito amor y nos atrae hacia él, mientras nos habla al corazón.
El desierto nos pone cara a cara con el invisible y todo lo demás desaparece de nuestras vidas, y cuando nada más, ni nadie más existe, solo él es real.
Somos llevados al desierto para que todo amor extraño muera en nosotros, para que nuestra dependencia de los hombres desaparezca, para que nuestra confianza en el hombre se acabe, porque el hombre que confía en el hombre (es decir que deja de confiar y de descansar en Dios para reemplazarlo por el hombre) es maldito, y para que nosotros no seamos ya contados como propiedad de alguien o de otro, sino de Dios, porque somos de Dios y Dios es nuestro.
Como Enoc desaparecemos ante los ojos del mundo y somos consumidos, y sepultados por el desierto, entonces es cuando Dios nos habla al corazón y nos seduce.
Entonces nos rendimos a Dios sin reservas, lo amamos a él sin reservas y nos tornamos a sus propósitos eternos, porque descubrimos que Uzias no es eterno, y que la gloria de los hombres no es más que vanidad, pero que Dios es glorioso, tres veces glorioso.
Nos damos cuenta que definitivamente no hay en el hombre salvación y que toda carne es como la hierba del campo, que hoy es y mañana se seca.
Juan el Bautista fue un predicador en el desierto.
Fue un hombre extraño a todos sus contemporáneos.
Una contradicción humana, un hombre de pocos amigos y alejado del común de la gente, pero muy cercano a Dios.
Fue escogido para vivir una vida en soledad y marcado para un solo propósito, perfeccionado en un desierto.
Con un mensaje de arrepentimiento no común en ninguna época, fue odiado por los demonios y por los mismos infiernos.
Se dedicó a señalar a Cristo, el centro de su ministerio.
Y luego entregó su cabeza antes que cambiar el mensaje de su predicación, porque cuán fácil es para muchos cambiar su mensaje o su llamado divino por un plato de lentejas y hacer de su vientre un dios, porque no saben que significa un verdadero llamamiento, o porque Dios nunca los llamó.
Que fácil es para muchos vender su mensaje y sus principios por treinta miserables monedas de plata, o perder lo divino por los lingotes de oro de las posiciones humanas.
Que fácil es predicar un mensaje y vivir otra cosa, pero que difícil es vivir lo que se predica y sostenerse fiel a Dios por encima de los hombres, pase lo que pase.
Juan fue formado en el desierto, vivió en el desierto, fue la voz que clamó en el desierto y así cumplió fielmente el sublime llamado de Dios.
Antes que empezara su ministerio Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto.
Su propio Padre celestial lo probó allí y en su humanidad fue hallado fiel, no podía el Hijo de Dios empezar su ministerio sin ser entrenado en el campo de batalla, por que eso es también el desierto. (Mateo 4:1)
Un campo de batalla, donde enfrentamos las más horribles tentaciones y donde vivimos las horas más oscuras de nuestra existencia.
¿Y qué de ti, de tus propios desiertos, de tus horas de angustia?
Recuerda que el desierto es antes de algo verdaderamente grande y glorioso y el lugar señalado para los verdaderos ungidos de Dios.